Tiempos y costumbres

11,00 (IVA incluido)

Autor: Alberto de Frutos
Páginas: 168
ISBN: 978-84-942356-4-1

Cuenta una tradición que los ojos del último hombre albergarán toda la memoria del mundo y que le bastará con mirar en su interior para reproducirla y bosquejar de nuevo la aventura humana, de principio a fin.

Esta semblanza de la odisea de vivir en cada individuo, que sabe que las verdades últimas no hallarán apego allí donde el raciocinio se deje embaucar por el cariz de las emociones, constituye el acervo de pinceladas que retratan estos dieciséis relatos, fielmente enmarcados en cada escenario y época. Relatos que nos harán revivir momentos históricos como la inauguración del Transiberiano, el expolio de un pequeño museo durante la Primera Guerra Mundial o los inicios del séptimo arte.

Descripción

Cuenta una tradición que los ojos del último hombre albergarán toda la memoria del mundo y que le bastará con mirar en su interior para reproducirla y bosquejar de nuevo la aventura humana, de principio a fin.

Esta semblanza de la odisea de vivir en cada individuo, que sabe que las verdades últimas no hallarán apego allí donde el raciocinio se deje embaucar por el cariz de las emociones, constituye el acervo de pinceladas que retratan estos dieciséis relatos, fielmente enmarcados en cada escenario y época. Relatos que nos harán revivir momentos históricos como la inauguración del Transiberiano, el expolio de un pequeño museo durante la Primera Guerra Mundial o los inicios del séptimo arte.

Desde cuadros renacentistas que evocan, como sueños fugaces, el deseo por alcanzar la adolescencia, hasta prodigiosas coreografías de formas y colores propias de un genio, pasando por los fotogramas hechos de aire que nuestros seres queridos imprimen en la memoria, Alberto de Frutos vuelca en estas narraciones su excepcional frescura y expresividad literaria, unos relatos ágiles impregnados de sutiles toques de humor y una laxitud prolongada de la belleza.

«En París, apenas nevaba, y el Sena fluía aletargado, a diferencia del Volga, cuyo solo nombre presagiaba una odisea como la de Homero. Había húsares en París, pero no cosacos, y tampoco podíamos presumir de haber sido la antigua capital tártara. Me gustaba Hugo, pero prefería a Pushkin y Gogol. Tal vez fuera en la biblioteca de mi padre donde me hice ruso. El mayor goce de Niza era oír las interjecciones eslavas a la salida del casino y adivinar las cartas en cirílico que se cruzaban los niños mimados de Nicolás II.
Moscú, Nizhniy-Novgorod y su feria (¿qué feria?), el Volga, Samara, Kazán… A medida que pasaban los días, la hoja del periódico amarilleaba en el somier y Rusia se alejaba en el horizonte. Pero no me di por vencido. Aún tenía tiempo para convencer a mi padre».

Información adicional

Dimensiones 14 × 1 × 21.6 cm